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Leonardo Torres Quevedo: el más prodigioso inventor de su tiempo

Spanish-Aerocar

Por: Francisco A. González Redondo

Torres Quevedo empezó su carrera de inventor proponiendo la solución al problema del transporte de personas por cable con su transbordador, el primer sistema de teleférico para personas que patentó, entre 1887 y 1889, en Alemania, Austria, España, Francia, Italia, Reino Unido y Suiza. Y su invento fue tan novedoso que el primer teleférico abierto al público del mundo, el transbordador del monte Ulía en San Sebastián, obra también suya, no se inauguraría hasta 1907. El éxito de Ulía se repetiría nueve años más tarde, el 8 de agosto de 1916, cuando se inauguraba en Niágara (Ontario, Canadá) el primer teleférico para pasajeros de toda Norteamérica, el Niagara Spanish Aerocar. Había sido construido por una empresa española registrada en Canadá, The Niagara Spanish Aerocar Company, con capital español, administradores españoles, proyecto español, ingeniero constructor español, material construido en España (por ejemplo, la barquilla para los pasajeros), transportado a Canadá durante la I Guerra Mundial y explotación comercial inicial española. En suma, I+D+i de hace más de cien años.

Unos años antes, al dar por terminadas de forma infructuosa las gestiones para construir el primer transbordador de su sistema en Suiza, entre 1895 y 1900, iba presentando en Francia sus trabajos teóricos sobre las máquinas algébricas (máquinas que resuelven ecuaciones mediante analogía física) acompañadas por modelos de demostración, alcanzando el reconocimiento nacional e internacional como figura mundial del cálculo mecánico.

Seguidamente, entre 1901 y 1906, concibió un sistema de dirigibles autorrígidos, patentados en España, Francia y el Reino Unido, con los que estableció los fundamentos para la aerostación dirigida hasta el presente. Comercializados desde Francia a partir de 1911 por la casa Astra, se consagraron como los más efectivos para la lucha antisubmarina y protección de convoyes durante la I Guerra Mundial, operando en las Armadas de Francia, el Reino Unido, Rusia y los Estados Unidos. Durante la década de 1920, se siguieron fabricando por parte de la casa Astra (con unidades vendidas a Francia y a Japón), tarea que continuaría la casa Zodiac en los años 1930. Y con diseños evolucionados y nuevos materiales se han seguido construyendo a lo largo del siglo XX y se siguen construyendo en nuestros días, como podemos comprobar en los modelos de la casa francesa Voliris, o el trilobulado Roziere FRF-1 de la Sociedad Aeronáutica Rusa.

Dirigible diseñado por Torres Quevedo

Complementariamente, entre 1902 y 1903, Torres Quevedo patentó en Francia, España, Reino Unido y Estados Unidos el primer aparato de mando a distancia de la historia, el telekino. Estaba concebido para el control remoto de sus dirigibles sin arriesgar vidas humanas, y se ensayaría en 1905 en el frontón Beti-Jai de Madrid, con un triciclo, y en el Abra de Bilbao, en presencia del rey Alfonso XIII, en septiembre de 1906, teledirigiendo el bote Vizcaya. Reconocido en 2007 por el Institute of Electrical and Electronics Engineers (IEEE) con un milestone «por haber establecido los principios operacionales del moderno control remoto sin cables», el telekino constituye el precedente directo de los drones, de radical vigencia hoy en día.

Telekino de Leonardo Torres Quevedo

Precisamente, el éxito de las pruebas del telekino en Bilbao animaría a un grupo de industriales vascos a la constitución de la Sociedad de Estudios y Obras de Ingeniería, pionera concepción de una sociedad de capital riesgo creada con el objetivo de llevar a la práctica las invenciones que presentase D. Leonardo y cuya primera obra financiada sería el mencionado transbordador del monte Ulía. 
Esas pruebas del telekino en 1906, asimismo, motivaron que el Gobierno español crease también, en febrero de 1907, el Laboratorio de Mecánica Aplicada, que, cambiado su nombre por el de Laboratorio de Automática y puesto al servicio de los laboratorios y centros de investigación, públicos y privados de toda España, proporcionaría máquinas e instrumental a Santiago Ramón y Cajal, Blas Cabrera, Juan Negrín, etc.

Pero Torres Quevedo, además de ingeniero de caminos, aeronáutico, industrial y de telecomunicaciones, también fue ingeniero naval. En efecto, en 1913, unió náutica y aeronáutica en su patente del buque-campamento, el primer proyecto de barco portadirigibles cuyo diseño integraría la Armada española años después en nuestro primer portaaeronaves (hidroaviones y dirigibles), el Dédalo (1922), unión de náutica y aeronáutica que pudimos ver materializado para la Marina de los EE. UU. en la Sentry Class en los años 90 del pasado siglo y continúa hoy en unidades como el HSV-2 Swift. Complementariamente, en 1916, mientras la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales le concedía la primera Medalla Echegaray, D. Leonardo obtenía en España y Francia la patente de su binave, primigenia concepción, construida y ensayada con éxito en 1918, de esos catamaranes de casco metálico que protagonizan el presente en el transporte marítimo exprés de pasajeros en todo el mundo.

El ajedrecista de Torres Quevedo

Y, en este mundo en el que vivimos, gobernado por las tecnologías de la información y la comunicación, debemos destacar, como hacía D’Ocagne en 1930, su papel visionario como creador de una nueva ciencia, la automática, y de las máquinas prácticas que demostraban sus concepciones teóricas. En efecto, con su obra escrita cumbre, los Ensayos sobre Automática (1914), sus ajedrecistas de 1912 y 1922 (los primeros autómatas que «piensan» de la historia, con los que un humano juega —y pierde indefectiblemente— un final de partida de torre y rey contra rey) y su aritmómetro electromecánico (1920), que empieza a ser considerado como, probablemente, el primer ordenador en sentido actual de la historiase adelantaría en varias décadas a las aportaciones de los pioneros (teóricos y prácticos) de la informática, la automática y la inteligencia artificial del siglo XX.

Con el aritmómetro electromecánico, que podría considerarse el primer ordenador en el sentido actual de la historia, Torres Quevedo se convertía en pionero de la computación, precursor de la informática y de la inteligencia artificial.

FRANCISCO A. GONZÁLEZ REDONDO
Leonardo Torres Quevedo, el más prodigioso inventor de su tiempo

Francisco A. González Redondo

Francisco es, probablemente, es más prolífico colaborador de Impulsa España. Divulgador infatigable de la ciencia española en la historia y el mayor especialista en nuestro país de la vida y obra del más prodigioso inventor de nuestro tiempo: Leonardo Torres Quevedo. Es, además, autor del libro junto a su padre, Francisco González de Posada, La obra de Leonardo Torres Quevedo

Francisco A. González Redondo es Licenciado en CC Matemáticas por la Universidad de Cantabria, Doctor en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid y Doctor en Matemáticas por la Universidad Politécnica de Madrid. Investigador y divulgador de la Ciencia y la Técnica, actualmente es Profesor Titular de Historia de la Ciencia en la Facultad de Educación de la UCM, donde lleva impartiendo docencia desde 1989 y donde fue Secretario Académico entre 2001 y 2009.

Aquí puedes ver la entrevista en RTVE:

Entrevista a Francisco A. González Redondo en RTVE (pulsa en la imagen para acceder a la entrevista)

Este artículo forma parte del libro Hispanotropía y el efecto von Bismarck de 1785 | Impulsa España.

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